19 de abril

de 2006

 

Factores psicosociales de la violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico

Carmen Huici Casal

 

Carmen Huici Casal

http://www.uned.es/dpto-psicologia-social-y-organizaciones/paginas/profesores/huici.htm

es profesora de psicología social en la UNED, especializada en el estudio de la identificación social (por ejemplo a nivel nacional o autonómico), de los estereotipos y su dinámica, de los procesos emocionales y de la discriminación. El tema de esta ponencia es uno de sus más recientes ámbitos de investigación.

 

 

 

Carmen Huici organizó su intervención a partir de unos esquemas que sirven perfectamente como resumen, y que por eso aquí reproduciremos con algunos añadidos y comentarios, aunque también con alguna supresión. Las aportaciones del debate final se incrustan así, de modo más o menos libre, en el propio desarrollo de la ponencia.

 

El esquema general se articula básicamente en los siguientes apartados:

 

-         Definición

-         Incidencia del problema

-         Percepción del problema

-         Los niveles de análisis del maltrato

-         Poder de género

-         Factores implicados en el maltrato

-         Normas sociales

-         Sexismo ambivalente

-         Conclusiones

 

 

 

Definición de maltrato

 

La violencia del hombre hacia la mujer no se reduce a la idea de agresión física. Es el uso sistemático de la agresión física y psicológica para intimidad, sojuzgar y controlar a otro ser humano. Ese carácter coercitivo y sistemático de la violencia supone que se ejerce un poder sobre el otro.

 

Se incluye aquí el maltrato emocional y verbal: comentarios degradantes e insultos, comentarios sobre la falta de atractivo, la inferioridad y la incompetencia, la crítica y desaprobación continua, la humillación, las amenazas de emplear la violencia física o incluso de muerte dirigidas contra la mujer o contra los hijos, la destrucción de objetos de valor sentimental para la mujer, el maltrato a los animales ... Todos ellos se configuran asimismo como elementos que predicen de manera fiable la posibilidad de una ulterior violencia física directa.

 

Una definición de este tipo, de un lado, permite diferenciar el tipo de conducta agresiva del hombre hacia la mujer frente a las agresiones que se producen en sentido contrario. También incorpora formas de abuso emocional o psicológico, al menos cuando estas conductas implican estrategias de coerción sobre la conducta de la mujer. Y, finalmente, se refiere a un patrón de conducta que se desenvuelve a lo largo del tiempo, dentro de una relación que se extiende temporalmente.

 


 


 

Incidencia del problema

 

En este apartado, Carmen Huici nos ofreció múltiples estadísticas de relevancia.

 

  1. Violencia en España (Instituto de la Mujer – Elena Morales)

 

Año

Delitos de abuso y agresión sexual

Mujeres muertas

Tasa por millón

1999

5914

54

2,61

2000

5740

63

3,03

2001

5662

50

2,39

2002

6065

54

2,49

2003

6191

71

3,27

2004

6825

72

3,32

2005

 

62

 

 

  1. Otros datos de maltrato

En el año 1998, la sociedad de estudios Foessa estimaba el maltrato físico en un 6,5%. En el año 2000, el Instituto de la mujer hablaba de un 4,2 % de mujeres maltratadas fisicas, de las cuales un 77 % eran mujeres sin ingresos (a las que les resulta especialmente difícil huir de la situación), y de un 12% que padecía maltrato psicológico (González y Santana, 2001).

 

El abuso psicológico se extendería hasta un 42,52%, teniendo un 15,21% la consideración de abuso psicológico grave. El abuso físico tendría una incidencia del 8,05%, en un 4,89% en forma de abuso físico grave. El abuso sexual se produciría en un 11,48% de los casos, en un 4,70% de ellos en forma de abuso sexual grave (Medina Ariza y Barberet, 2003, adaptado por Morales, 2005).

 

  1. Comparación entre países

Las tasas de abuso físico en Estados Unidos, Alemania y España serían de 11,30, 10,71 y 8,05% respectivamente; las de abuso físico grave en los mismos países serían de 3,00, 4,20 y 4,89%. Las diferencias no se pueden considerar significativas(Medina Ariza y Barberet, 2003, adaptado por Morales, 2005).

 

En el año 2000, en número de asesinatos de mujeres por esta cuasa fue, en cifras absolutas, de 128 en Alemania, 107 en el Reino Unido, 43 en España y 12 en Noruega; lo que se corresponde con una prevalencia (tasa por millón de mujeres de más de 14 años) de 3,58, 4,36, 2,44 y 6,58% respectivamente (Sanmartín, Molina y García, citado en Morales, 2005).

 

4. Un 14% de las mujeres se autoidentifican como víctimas de abusos. De las que sufren abuso verbal, sólo el 9% se considera víctima de maltrato; de las que sufre abuso físico la cifra asciende al 80% (¡pero sigue habiendo un 20% que no se sienten maltratadas!). De las que sufren abuso sexual, sólo el 18% se consideran maltratadas, y la cifra asciende sólo al 26,4% entre las víctimas de abusos sexuales graves; algo que tiene que ver con una grave confusión en la concepción de las relaciones matrimoniales y de pareja (Medina Ariza y Barberet, 2003, adaptado por Morales, 2005).

 

 

 

Percepción del problema

 

 

Conforme al Eurobarómetro de 1999, las causas de la violencia doméstica eran las siguientes:

-         Para el 46%, se trata de una conducta provocada por la mujer

-         Para el 59%, efecto de la distribución de poder

-         Para el 63,9%, guarda relación con el modo de ver a las mujeres

-         Para el 78,5%, influye el desempleo

-         Para el 93,6 %, se trata de una adicción

-         Para el 96,2 %, es una conducta relacionada con el alcohol.

 

La misma fuente, que evalúa actitudes de extensión europea, dice que deben ayudar en esos casos el Estado (86%), la policía (90%), los servicios médicos (91%), los servicios sociales (93%), y la familia y los amigos (96%).  Este último dato es relevante porque el maltratador en primer lugar procura aislar a la víctima de su familia, que es quien debe constituir, según esta concepción generalizada, su soporte esencial. El traslado de domicilio lejos del la familia de la mujer aumenta así el riesgo de maltrato, al igual que la ausencia en ella de hombres jóvenes que en principio pudieran enfrentarse al maltratador.

 


 

 

 

Los niveles de análisis del maltrato

 

El análisis del maltrato se puede estructurar a partir de una estructura en forma de círculos concéntricos, que de dentro hacia fuera señalan las características individuales (a), la relación de pareja (b), la situación familiar (c) y el ámbito social (d).

 

En el ámbito social aparecen dos series de factores relevantes. De un lado, la desigualdad, que se constata mediante indicadores macrosociales objetivos: el acceso de la mujer al poder incrementa o disminuye el grado de igualdad, el índice de escolarización o el nivel salarial indican el nivel de desarrollo del género respectivo, la asignación objetiva de roles es también mensurable. Todo ello influye directamente en la relación de pareja. También en ese nivel societal se desarrolla la ideología, que se estudia mediante indicadores macrosociales subjetivos. Entre ellos aparecen las “orientaciones de dominación social” (SDO) frente a los sentimientos de empatía; o, dicho en otras palabras, la constatación de que la ideología de la jerarquización social es típicamente masculina, mientras que la mujer no piensa en esos términos. También aparecen nuevas formas de sexismo, y el modo en que se asumen las normas sociales de dominación masculina.  Estos factores subjetivos influyen en la pareja directamente y también en los individuos, proyectándose luego también así sobre la relación de pareja.

 

Los cambios en las relaciones familiares típicas sin duda influyen también en las relaciones de pareja. Y, del mismo modo, influyen en ellas de modo directo e indirectamente a través del condicionamiento de sus miembros ciertas situaciones familiares particulares, como el estrés, el paro, la situación de aislamiento, el consumo de drogas ... Todo ello puede desembocar en el uso de la violencia.

 

El esquema de estas relaciones podría ser el siguiente:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

Las bases del poder de género

 

El poder de género se asienta en las siguientes bases (Pratto y Walker, 2004):

 

-         La fuerza física.

Al respecto es decisiva no sólo la frecuencia relativa, sino también las consecuencias del uso de la fuerza, su interpretación y su valoración. Así, por ejemplo, en las muestras representativas se aprecia que en la pareja puede haber igual número de agresiones en ambas direcciones, pero se interpreta de maneras diversas: la femenina produce hilaridad, mientras que la del hombre produce miedo: es terrorismo patriarcal. El hombre, por su parte, piensa que la mujer tiene más poder del que realmente tiene, e interpreta su propia violencia como una respuesta.

 

-         El control de los recursos.

Los estudios del Instituto de la Mujer en 2005 (citados por Morales, 2005) señalan que el hombre dispone de más trabajo y mejor pagado. La brecha salarial se ha reducido del 32,85% en 1995 al 28,88% en 2004, pero sigue existiendo. En el mismo periodo, el aumento de las mujeres que ocupan cargos directivos ha sido del 35 % al 39%.

 

-         Las obligaciones sociales.

Tendrá menos poder efectivo, y también más dificultad para acceder a otras fuentes de poder, quien tenga más obligaciones sociales. Pues bien, la misma fuente que acabamos de citar señala que el trabajo doméstico sigue siendo femenino (aunque se reduzca la diferencia entre hombre y mujer). Mientras que las mujeres dedican más tiempo que los hombres al cuidado de la familia, los hombres disponen de más tiempo que las mujeres para dedicarlo al estudio, al trabajo remunerado o al tiempo libre. El tiempo dedicado al cuidado personal es similar. En relación con ello, el abandono del mercado de trabajo corresponde fundamentalmente a las mujeres: en un 85% en 1998, en 2004 la tasa era de un 93%, una cifra incluso superior. Se habla en este sentido de la “muralla maternal”: son los efectos del status de madre en el mercado laboral, que alejan a las madres del arquetipo del “trabajador ideal”.

 

-         Las ideologías compartidas

Los estereotipos de género legitiman las diferencias de poder: dirigen a las mujeres al cuidado de los otros y a los hombres al control de los recursos y puestos prestigiosos. Son transmitidos constantemente, en especial por los medios de difusión; y actúan por ejemplo aumentando la autoestima de la mujer al atribuírsele el valor del afecto. Así, muchas mujeres sostienen ideas sobre la relación de pareja que contribuyen a que ésta mantenga su estructura tradicional. El resultado es un sexismo a veces “moderno”, ambivalente, que desemboca en una tolerancia de la violencia y la infrahumanización de la mujer.

 

Conforme al esquema anterior, podría decirse que el uso de la fuerza, el control de los recursos y las obligaciones sociales influyen directamente sobre la relación de pareja, mientras que la ideología influye tanto sobre ésta como sobre los miembros y, de este modo, de nuevo, aunque ahora de forma indirecta, sobre la relación de pareja.

 

A partir del modelo de Pratto y Walter, puede señalarse también que la violencia viene determinada por la fuerza y por el control de los recursos; éste, junto con la distribución de las obligaciones sociales y la ideología, obstaculizan el abandono de la relación abusiva; y, finalmente, la ideología cumple el papel de justificar la violencia.

 


 

 

 

Factores implicados en el maltrato

 

Conforme al esquema de Harway y O’Neil (1999), hay cuatro grupos de factores presentes en la violencia de los hombres contra las mujeres: factores macrosociales, factores biológicos y psicológicos, factores relacionales y factores de socialización del rol.

 

- Los factores macrosociales explican cómo contribuye “la sociedad” a la violencia contra las mujeres. Como ya hemos visto, se trata de la reproducción de patrones históricos, del mantenimiento de relaciones de poder desiguales que tácita o directamente mantienen la opresión y la violencia doméstica, así como de “la amenaza” de pérdida de poder que sugieren los cambios actuales en los roles de género.

 

- La pregunta acerca de si la violencia contra las mujeres tiene una base biológica (niveles de testosterona u otras hormonas, diferencias neuroanatómicas, otras diferencias biológicas) ofrece resultados poco concluyentes.

 

- Los factores psicológicos nos orientan hacia los llamados “tipos de maltratador”, definidos por Holzworth-Munroe y Stuart en 1994. El que es violento sólo en la familia, el llamado disfórico-límite, y el antisocial o generalmente violento.

a)      El que es violento solo en la familia muestra, en general, alta dependencia respecto de su pareja, bajos niveles de impulsividad, pocas habilidades de comunicación y procede de familias con experiencia de violencia de género

b)      El disfórico-límite tiene antecedentes de rechazo parental, incluso de haber padecido abuso infantil, muestra también alta dependencia respecto de la pareja, poca capacidad de comunicación y pocas habilidades sociales, pero se caracteriza además por la hostilidad hacia las mujeres y su falta de remordimientos.

c)      El generalmente violento o antisocial suele tener también antecedentes de violencia en la familia de origen, déficits en comunicación y habilidades sociales, se mueve a veces en ámbitos cercanos a la delincuencia y percibe la violencia como una respuesta apropiada a la provocación o como una conducta arbitraria admisible.

 

Los tres tipos de maltratador tienen en común, en general, las dificultades de comunicación y la violencia en su familia de origen; los dos primeros, la alta dependencia respecto de la pareja, que les lleva a veces a matar y luego suicidarse (construyen y destruyen su vida en torno a la pareja).

 

En cuanto a los patrones de relación, los tres tipos de maltratador tienen diferentes tipos de conductas agresivas. Porque, aunque se suela decir que la violencia puede tener lugar en cualesquiera ámbitos y circunstancias, sí que existen ciertos patrones de conducta:

a)      Quien es violento sólo en la familia es más probable, por su baja capacidad de comunicación y de resolución de problemas, que entre en ciclos de escalada entre conflicto verbal y agresión física. Pero la mujer puede a veces contestar a la agresión, dada la menor gravedad que suelen presentar los problemas.

b)      El disfórico límite, el más peligroso de los tres y especialmente el que más peligroso hace que la mujer deje la relación, se caracteriza por la intensa posesividad, los celos, la exigencia de lealtad, el rechazo de todo control, la vigilancia intensa de la mujer, el acecho y control de su conducta. En una relación, tal tipo de conducta se puede detectar pronto.

c)      El generalmente violento antisocial se caracteriza por la impulsividad e impredictibilidad de su conducta, la despersonalización de la pareja y la extrema opresión: las mujeres informan de ataques sin previo conflicto, lo que da lugar a un grado superlativo de terror y traumatización.

 

- Cuando se habla de factores relacionales se alude al hecho, por ejemplo, de que el miedo mutuo da lugar a la violencia contra las mujeres; a que contemplar o experimentar la violencia en la familia de origen genera conductas violentas; o que también ésta deriva de la falta de comprensión de las experiencias de socialización propias del otro género (la amistad femenina, por ejemplo).

 

En ese mismo ámbito se incluye el llamado “ciclo del maltrato” (Walker, 1984), que cierra un círculo con cuatro estadios: tensión-explosión-arrepentimiento-luna de miel, para volver desde ella de nuevo a una situación de tensión, y así sucesivamente. No obedece a un patrón general, sino que es característico de un trastorno límite de la personalidad; aunque intuitivamente encaja con la conducta de las parejas sin problemas de violencia, lo cierto es que sólo se verifica en un porcentaje limitado de parejas en las que hay violencia.

 

Otros factores relacionales apenas están estudiados, porque exigirían investigaciones a largo plazo y, sobre todo, porque parecen orientados contracorriente, dado que aparentemente hacen recaer sobre la víctima de la violencia parte de la responsabilidad. Pero  sería interesante verificar, por ejemplo, en qué medida las interrelaciones personales y verbales entre hombre y mujeres están en el origen de la violencia contra las mujeres, de modo que se pudiera verificar si en realidad estamos ante patrones de comunicación socializados de diferente modo o, dicho de otro modo, ante culturas de género diferente, ante dos culturas en conflicto. La única y muy superficial conclusión a la que se ha llegado en este sentido es que la violencia psicológica es precursora de la violencia física.

 

- Los factores de socialización del rol de género se refieren a actitudes misóginas, a patrones de conflicto entre roles o a emociones masculinas no identificadas  y no expresadas. En definitiva, a la deficiente incorporación del rol masculino, a la incapacidad para la empatía y para comprender las emociones propias y ajenas, con una concepción defensiva de la masculinidad que se refleja también, por ejemplo, en la homofobia.

 


 

 

 

Normas y creencias que apoyan la violencia

 

Existe una ambigüedad normativa, vinculada a una red social que apoya los valores de dominancia masculina: hay instituciones, como el ejército o la empresa, que actúan a favor de la dominación.

 

Conforme a un estudio de Shotland y Straw de 1976, pegar a un miembro de la familia se considera aceptable según las circunstancias. En el caso de una pelea a golpes entre un hombre y una mujer, si ésta grita “¡Váyase! ¿quién es Vd.? No lo conozco”, el 65% de los viandantes ayuda a la mujer; la ayuda decrece hasta el 19% si la mujer dice “¡Pero vete! ¿Quién me mandó casarme contigo?”. Ello pone de manifiesto que hay un cierto recelo a meterse “en asuntos de familia”, aunque éstos tengan expresión violenta.

 


 

 

 

Sexismo ambivalente

 

Al analizar el sexismo ambivalente (Huici y López, 2002), se parte de una tipología que distingue entre sexismo hostil, benevolente y ambivalente. Éste último, realmente peligroso, tiene una conducta volátil que alterna entre los polos del paternalismo y la hostilidad. Su visión tradicional de la mujer puede ser valorada por ésta incluso de forma positiva al iniciarse una relación, pero luego cambian las actitudes significativamente.

 

Se podría establecer un cuadro conforme al cual se dan dos actitudes básicas hacia la mujer: la benevolencia, apoyada en el paternalismo, la creencia en la diferenciación complementaria entre géneros y la hipervaloración de la intimidad heterosexual, y la hostilidad.

 

 

Hostilidad

Alta

Baja

 

 

Benevolencia

 

 

Alta

 

 

Sexismo ambivalente

 

Sexismo benevolente

 

Baja

 

 

Sexismo hostil

 

Actitud no sexista

 

Los estudios sobre la relación entre el sexismo ambivalente y la identidad de género, la percepción de la violencia de género y la explicación e incluso justificación que ofrecen de la misma ofrecen resultados significativos.

 

En una investigación con 179 estudiantes entre 16 y 23 años, se aprecia por ejemplo una relación entre la autoidentificación masculina y el sexismo hostil y, en menor grado, entre la autoidentificación femenina y el sexismo benevolente.

 

La gravedad de la violencia física es valorada en una escala de 0 a 5 conforme al siguiente cuadro

 

 

Tipo de sexismo

No sexista

Benevolente

Ambivalente

Hostil

 

 

Agresor

 

 

Hombre

 

 

4,8

 

4,4

 

4,3

 

4,5

 

Mujer

 

 

4,4

 

4,2

 

4,6

 

4,5

 

El grado en que resulta comprensible la violencia física, con una tabla y una escala similares, se valora del siguiente modo

 

 

Tipo de sexismo

No sexista

Benevolente

Ambivalente

Hostil

 

 

Agresor

 

 

Hombre

 

 

0,2

 

0,5

 

4,3

 

4,5

 

Mujer

 

 

0,7

 

0,6

 

4,6

 

4,5

 

Finalmente, la atribución de la culpa de una agresión en función del género se realiza conforme al siguiente esquema

 

 

Tipo de sexismo

No sexista

Benevolente

Ambivalente

Hostil

 

 

Se considera culpable

 

 

al hombre

 

 

- 5 %

 

10 %

 

- 5 %

 

15 %

 

a la mujer

 

 

-35 %

 

-10 %

 

70 %

 

15 %

 

De todos estos cuadros destaca el hecho de que quienes pueden ser calificados como sexistas ambivalentes son los únicos que consideran más grave la violencia de la mujer que la del hombre (porque contradice su “alto concepto” de la feminidad), mientras que están dispuestos a comprender la violencia del hombre (dada su hostilidad hacia la mujer) y, finalmente y de modo muy destacado, atribuyen a la mujer la culpabilidad de la violencia de género: culpan a la víctima. Los sexistas ambivalentes se podrían identificar, a la postre, como un “grupo de riesgo” en el ámbito de la violencia de género, especialmente a lo largo del desarrollo temporal de la relación, y con un patrón de relación del tipo, ya visto, del “ciclo del maltrato” (Walker, 1984).

 

 

 

Conclusiones y bibliografía

 

Las conclusiones que ofreció expresamente la ponente fueron muy modestas, al menos en comparación con la riqueza de su exposición: se limitó a destacar el interés de un enfoque del problema de la violencia contra las mujeres desde diversos niveles, y en particular del modelo de “poder de género”. Entre los factores psicológicos y de socialización destacó la importancia de la dependencia interpersonal (en la que la “ideología del amor” se confunde con la dependencia) y de la violencia en la familia de origen. Y, finalmente, destacó la importancia del sexismo, especialmente del denominado sexismo ambivalente, como factor de justificación de la violencia e incluso de riesgo en la misma. Añadió finalmente una bibliografía básica que conviene reproducir:

 

- J. Corsi y otros, Violencia masculina en la pareja, Buenos Aires: Paidos, 1995 (ahí por ejemplo L. Bonino, “Desvelando los micromachismos en la vida conyugal”).

- J. Corsi, Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, Buenos Aires: Paidos, 2003

- R. González y J. D. Santana, Violencia en parejas jóvenes. Análisis y prevención, Madrid: Pirámide, 2001.

 

Los asistentes, sin embargo, pudimos extraer otras muchas conclusiones de una ponencia que exponía de modo ejemplar no sólo los datos y los análisis disponibles, sino también los debates abiertos y los modelos y métodos de investigación. A partir de ahí se abre el camino para analizar los posibles modos de intervención.