La sociedad de consumo en la tradición del pensamiento de izquierda

 

(Resumen de la ponencia de Angel de Lucas y Alfonso Ortí “En los límites del desarrollo capitalista: multifrenia consumista y crisis de civilización en el modelo de globalización financiera”, 61 págs., presentada en el Grupo 19 del VIII Congreso de la FES, Alicante 2004, realizado por I. Gutiérrez ad usum privatum).

 

 

1. El proceso real de la historia sólo puede ser comprendido como un macrorrelato, ciertamente ideológico; es la única forma de conferir sentido, a la vez, al pasado, al presente y al futuro. La apuesta metodológica consiste en construir un cierto metarrelato histórico, asumiendo consciente y polémicamente su inevitable carácter ideológico y proyectivo: no hay análisis sociológico posible sin un punto de vista ideológico que le confiera sentido. La aproximación que aquí se propone se inspira en la tradición marxiana, aprovechando su modelo estructural-dialéctico y su valor heurístico como guía y repertorio de cuestiones básicas.

 

Desde Weber, que sitúa el conflicto en la lucha y competencia entre individuos, aparece el individualismo metodológico, que niega el punto de vista histórico y sustantivo, los procesos conflictivos fundamentales y supraindividuales. El cálculo racional, la tendencia a la monetarización de todas las relaciones del mundo de la vida, describe las reinantes relaciones capitalistas, pero no las explica, salvo que la conflictividad individual se tome como supuesto básico y esencial, aunque irracional.

 

Frente a la ilusoria convicción socialmente dominante de que vivimos y actuamos como individuos libres, dice Marx que el hombre es no sólo un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad. La perspectiva totalizadora y dialéctica de Marx atiende a los procesos sociohistóricos objetivos. La obra de Marx sigue así constituyendo la fuente intelectual más viva y luminosa para la comprensión del presente, a pesar de todas sus limitaciones, parcialidades, ofuscaciones y puntos ciegos. Tanto su atrevido y omnicomprensivo metarrelato como la solidez de sus fundamentos y la riqueza de sus sugestiones justifican la prolongada vigencia intelectual del modelo sociohistórico marxiano. La expansión del consumo y la existencia misma de una clase del excedente constituye una de las cuestiones centrales del debate teórico en la laberíntica, rica e interminable evolución de los marxismos.

 

 

2. El triunfo ideológico del consumismo a lo largo del siglo XX constituye el rasgo que mejor define nuestra época: ha sido la victoria ideológica real de la guerra fría. Los economistas conceden una enorme importancia a los indicadores de niveles de consumo; de éste dependen, se dice, las tasas de empleo y la renta individual. En el discurso ideológico, la aspiración a niveles de consumo se identifica con un derecho individual. No importa que la realidad haya acabado imponiendo mercados de consumo tajantemente segmentados, la diferenciación social por los modelos de consumo: la clase media mundial ha entrado en la práctica del sobreconsumo ocioso.

 

Ello podría identificarse con la obsolescencia del modelo marxiano centrado en la producción. Sin embargo, no resulta así en absoluto: comprender la dinámica real del sobreconsumo acelerado supone, sobre todo, situarlo históricamente, conforme a una concepción metodológica que podríamos llamar clásica, propia de la modernidad. Las actuales formas de consumo y estilos de vida opulentos y ostentosos de los consumidores globales (de productos provenientes de todo el planeta) constituyen el resultado histórico en el largo plazo de la formación de una economía-mundo europea desde principios del siglo XVI. Toda consideración teórica de las formas específicas de consumo tiene necesariamente que comenzar por la crítica de las estructuras de producción y de las formas específicas de trabajo en el sistema capitalista; que, si en el momento fundacional engendró una sociedad dividida por el trabajo productivo, ha desembocado en un sobreconsumo que encubre los conflictos, los desplaza y los desterritorializa.

 

 

3. El actual proceso de globalización económica ha sido una historia trágica, con luchas inmisericordes para con los vencidos y explotados. Marx había denunciado ya las raíces históricas y las bases violentas de la dominación capitalista y de la fundación del mercado. En el origen mismo y en el mantenimiento de la racionalización y expansión económica a través del sistema regulador del mercado se encuentra una violencia fundacional y un aparato de instituciones sociopolíticas que imponen y garantizan el orden socioeconómico globalizado.

 

El régimen capitalista de producción arranca cuando grandes masas de hombres se ven despojados repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzados al mercado de trabajo como proletarios libres, mas privados de todo medio de vida. El proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción es el proceso histórico estructural básico de la revolución burguesa, la lucha victoriosa de los capitalistas industriales contra el régimen feudal: con la usurpación violenta de los bienes comunales, la población campesina queda disponible como proletariado al servicio de la industria. Se convierten así los medios de producción (dedicados a la producción para el autoconsumo o el intercambio familiar, local, etc.) en capital (para la multiplicación de mercancías destinadas a su venta lucrativa); mientras que los medios de subsistencia (alimentos, vestidos ...) se convierten en salarios con los que los patronos compensan la fuerza de trabajo de la masa de trabajadores libremente contratados.

 

El mito del trabajador libre en el mercado libre de una sociedad libre inspira ideológicamente el desarrollo capitalista. Éste vende el trabajo o, más precisamente, la fuerza de trabajo, el conjunto de condiciones físicas y espirituales que se dan en un hombre y que éste pone en acción al producir valor. El trabajador ofrece como mercancía su fuerza de trabajo, su capacidad inteligente de crear valor transformando la materia. Estas capacidades personales han sido previamente forjadas por el conjunto de la propia sociedad, por el esfuerzo familiar y del trabajador mismo a lo largo de su vida personal. Pero esas relaciones no son consideradas por la sociedad burguesa, que en los Grundrisse de Marx aparece como aquella estructura social en la que los valores de cambio configuran todas las formas de relación social, dando lugar a una constelación molecular de personas que realizan transacciones privadas: el valor de cambio dinerario se convierte en la forma misma de toda relación social; la reducción de todos los productos, de todas las actividades y de todas las relaciones sociales a valor de cambio en dinero disuelve las relaciones personales. Ello es resultado histórico de la institucionalización del valor de cambio monetario en un proceso histórico violento, que impone el valor en dinero como mediador de cualquier forma de relación social. A las relaciones mercantiles racionalizables en dinero corresponde un proceso de disolución violenta de comunidades tradicionales, desarraigo de personas y sometimiento de los individuos. Si la dominación feudal se articulaba y legitimaba ideológicamente mediante el recurso a la religión, que definía el orden social y determinaba sus jerarquías, la dominación capitalista se funda y expresa directamente en la estratificación contable de los valores monetarios correspondientes a las desiguales posesiones individuales: el paso del orden feudal al orden burgués sopone la sustitución de la dominación mediante cuentos por la dominación mediante cuentas (Jesús Ibáñez).

 

El valor de cambio de la fuerza de trabajo debe ser menor que el valor de cambio de su producto en el mercado. La fuerza de trabajo se presenta así en el mercado capitalista como una mercancía excepcional, cuya excepcionalidad consiste en su capacidad para generar un excedente de valor (plusvalía) para los empresarios que la compran. Esta consideración de la fuerza de trabajo como mercancía introduce en la dinámica del mercado capitalista la violencia originaria que lo constituyó como tal. Los tres conflictos fundamentales que esta violencia genera se producen

-- entre los patronos capitalistas, por la apropiación del plusvalor excedente mediante la apropiación ventajosa de la fuerza de trabajo ofertada en el mercado. Ello conduce a una dinámica permanente de concentración del capital.

-- entre capitalistas y trabajadores, éstos por mejorar sus condiciones de trabajo e incrementar sus salarios, aquéllos por maximizar el plusvalor excedente obtenido de la fuerza de trabajo. Este conflicto se traduce en las luchas de clases, pero tiende a ser desplazado a las regiones periféricas y a los grupos de trabajadores marginales de los países centrales.

-- entre los propios trabajadores, que compiten por vender su fuerza de trabajo en el mercado. Ello propició salarios miserables, pero el fortalecimiento de las organizaciones obreras, con la integración de la clase obrera en el sistema capitalista, lleva a desplazar este conflicto también hacia regiones periféricas y hacia los sectores sociales más vulnerables del occidente desarrollado (en particular, los inmigrantes).

 

Las relaciones de producción en la sociedad capitalista suponen este triple conflicto. La triunfante racionalización capitalista del mundo se produce, pues, en el marco de relaciones sociales conflictivas: mercado y producción se articulan en una estructura mediada por la dialéctica del conflicto. Los conflictos generados por el capitalismo a lo largo de su proceso de desarrollo tienen naturaleza estructural.

 

 

4. Marx aborda directamente la cuestión del consumo en su relación con la producción material: la producción es mediadora del consumo, cuyos materiales crea y sin los cuales a éste le faltaría el objeto. Pero el consumo es también mediador de la producción, en cuanto crea para los productos el sujeto para el cual ellos son productos. Cada capitalista exige a los obreros que ahorren, pero sólo a los suyos, porque se le contraponen como obreros. Pero de ninguna manera lo exige al resto del mundo de los obreros, ya que éstos se le contraponen como consumidores.

 

Esta contradicción estructural entre producción y consumo se resuelve en un estado de bienestar limitado a las aristocracias obreras de las regiones capitalistas de occidente. Marx ya prevé una salida semejante, asociando la extracción de plusvalías relativas con la elevación de los salarios reales. La producción de plusvalor relativo requiere la producción de nuevo consumo; que el círculo del consumidor se amplíe así como antes se amplió el círculo productivo: en primer lugar, mediante la ampliación cuantitativa del consumo existente; en segundo lugar, mediante la difusión de las necesidades existentes en un círculo más amplio; y, por último, mediante la producción de nuevas necesidades y el descubrimiento y creación de nuevos valores de uso. Anticipa Marx igualmente, pues, la estrategia del deseo, la constante ampliación de un universo de nuevas necesidades ociosas: el capitalista recurre a todos los medios para incitar al consumo, para prestar a sus mercancías nuevos atractivos, para hacer creer a los obreros que tienen nuevas necesidades. El sobreconsumo ocioso del que disfruta una cuarta parte de la población mundial puede ser interpretado, pues, como un efecto de la producción social capitalista.

 

En efecto, en la medida en que la gran industria se desarrolla, la creación de riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y de la cantidad de trabajo empleados que del poder de los agentes puestos en movimiento, que a su vez depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología. De esta manera, el capital tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo en su forma necesaria, para aumentarlo en su forma superflua: el trabajo superfluo se convierte en condición para el trabajo necesario. El capital incrementa el trabajo superfluo para enfrentarse a las crisis recurrentes, en términos que parecen anticipar la actual sociedad de consumo, fundada en un sistema económico que sobreacumula productos y servicios lucrativos, pero superfluos, mientras que se muestra incapaz de satisfacer las necesidades básicas de una proporción creciente de la población mundial. La tendencia final es el desarrollo capitalista hacia un mundo de sobreconsumo rico y diversificado dentro de una sociedad que multiplica el tipo de personalidad multifrénica y degrada el mundo de la vida, por más que esta crítica a la corruptora moral burguesa pondere igualmente el valor civilizatorio de estas nuevas necesidades de consumo y, en general, del desarrollo capitalista (Marx sostiene, por ejemplo, que la reducción del tiempo de trabajo abre un tiempo en el que será posible el desarrollo libre de las individualidades, de las capacidades y poderes de la humanidad).

 

 

5. La acumulación de capital depende de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo. En la fase originaria del desarrollo capitalista, el capitalista individual no persigue el uso y disfrute de sus productos, sino la apropiación e incremento del valor de cambio: “acumulad, acumulad”, por consiguiente “ahorrad, ahorrad”, convertid la plusvalía en capital; producid por producid, renunciando al disfrute. Ese fanático proceso de valorización tiene como resultado un aumento fabuloso de la producción mundial. Una cierta inclinación al disfrute o al despilfarro permite hacer ostentación de la riqueza, la solvencia y el poder, racionalizada como necesidad del negocio, en cuanto facilita el acceso al crédito: el lujo entra en los costos de representación del capital. Con ello se desarrolla en el individuo capitalista un conflicto entre el afán de acumular y el de disfrutar; pero los obreros quedan fuera de estas consideraciones, porque se daba por supuesto que las leyes de mercado fijaban los salarios en torno al nivel de subsistencia.

 

La crisis de finales del S. XIX supuso transformaciones radicales del modelo de desarrollo capitalista. La producción masiva de bienes de consumo planteó la necesidad constituir una nueva norma de consumo de masas, que incluyera a la clase obrera junto a las clases medias emergentes. Liberados los trabajadores de las cargas y cuidados, pero también de los frutos y productos, de la pequeña producción familiar, los nuevos trabajadores se convierten en consumidores potenciales de las mercancías ofertadas por sus propios patronos, erigidos en dueños de la producción masiva de mercancías en serie. O, lo que es lo mismo, forjados (en caso necesario, a sangre y fuego) como disponibles para el trabajo productivo en masa, los antiguos propietarios fabriles (tras más de un siglo de represión, reivindicación y lucha por la democratización social) empiezan a ser igualmente considerados como individuos disponibles para el consumo en masa. En 1929 se manifiesta una grave crisis de sobreproducción, que impone reformas sociales que amplien las bases sociales del consumo: se trata del pacto keynesiano, con sus implicaciones de reforma social y democratización política, que acaba integrando a las masas trabajadoras en la aceptación del sistema. Los supuestos ideológicos que acompañaron al proceso pueden encontrarse perfectamente elaborados en el decenio de 1920: basta repetir las exhortaciones de Víctor Lebow, experto en ventas norteamericano de esa época: “hagamos del consumo una forma de vida, convirtamos la compra y la utilización de bienes en un ritual, busquemos nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción de nuetro ego, en el consumo ... necesitamos que las cosas se consuman, se quemen, se desgasten, se sustituyan y desechen a un ritmo cada vez más rápido”. La disponibilidad para el trabajo y para el consumo se convierte en la dimensión individualizadora de sociedades, grupos y personas, en un modelo de sociedad basado en el individualismo competitivo. La hegemonía arrolladora de la ideología igualitaria del bienestar, en el mitificado igualitarismo de las democracias liberales y en el discurso propagandístico del bienestar pata todos que se usa como lema de la reconstrucción capitalista de Europa tras la II Guerra Mundial (Erhard).

 

Así pues, las luchas obreras reivindicativas han logrado importantes conquistas, han contribuido a la generalización de nuevas formas reales de bienestar para las masas populares que en el pasado sufrieron las condiciones de vida más duras y miserables. Pero el consumidor satisfecho u opulento, que se corresponde con la necesidad estructural del capitalismo actual, es igualmente una coartada ideológica y una forma de alienación política desde la perspectiva de la dominación del capitalismo sobre un mundo desigual y conflictivo. En primer lugar, porque el consumo opulento no es extensible a las regiones periféricas del planeta; en segundo término, porque entraña un proceso de conservadurización institucional y personal, la desmovilización política de los ciudadanos opulentos frente a los problemas, conflictos y perspectivas de la globalización capitalista.

 

 

6. El trasfondo conflictivo consustancial al sistema capitalista, en cualquier caso, permanece. No se aprecia tanto en las crisis económicas del mundo desarrollado --probablemente cíclicas y transitorias-- cuanto en el evidente carácter imperialista de las nuevas guerras neocoloniales, en el neoimperialismo que refleja la dialéctica hegemónica de los propios intereses económicos y geoestratégicos; se trata de la respuesta frente a un nuevo límite histórico alcanzado por el actual modelo de acumulación del capital.

 

Lenin diferencia, con un esquema que resulta aplicable a los actuales desarrollos, entre el desarrollo en extensión y el desarrollo en profundidad del sistema capitalista. Conforme al primero, una vez sometidas militarmente poblaciones y regiones, se racionaliza empresarialmente la dominación económica, en contraste con las anteriores formas de pillaje. La expansión geográfica genera así una economía-mundo articulada en centro, periferia y semiperiferias. En paralelo o como culminación de cada fase extensiva (apoyada en la violencia) ha tenido lugar (no sin la acción política reivindicativa de las fuerzas de trabajo) un desarrollo en profundidad de los mercados capitalistas interiores, mediante la diversificación intensiva de las formas de consumo de una parte central de la población mundial, de las áreas hegemónicas y más prósperas del mundo. Así se pueden establecer, en zonas concretas, sociedades de consumo o de bienestar; porque el desarrollo en profundidad se caracteriza, en una primera etapa, por la intensificación de los mercados de consumo interiores y por la subordinación de la economía-mundo a condiciones que permitan el acceso de grandes masas de consumidores a esos mercados. La marcha acelerada del tren del consumo representa una condición indispensable para la intensificación en profundidad de la acumulación capitalista.

 

Ya el surgimiento del Estado del bienestar, de la sociedad de consumo y de las democracias burguesas nortatlánticas se sitúa históricamente en el marco geopolítico de la explotación imperialista de la fuerza de trabajo mundial. La actual saturación del sobreconsumo señala la existencia de un nuevo límite para la expansión del capital en profundidad, momento en que, recuperando su violencia originaria, el desarrollo en extensión del capital determina el retorno del imperialismo. Es este nuevo límite histórico el que está en el fondo de las actuales crisis del capitalismo, que con frecuencia se interpretan como una crisis de la propia civilización capitalista, y que a veces se racionaliza mediante el referente externo a un choque de civilizaciones: porque la aceleración actual del proceso de globalización pasa necesariamente por la confrontación con sociedades y culturas externas, y por la subordinación de las mismas a la dinámica hegemónica de la propia civilización capitalista occidental. Por eso no parece pertinente rechazar de plano el concepto de choque de civilizaciones; pero conviene destacar su significado histórico concreto en el marco actual del desarrollo capitalista.

 

Durante los últimos veinticinco años se combinan el desarrollo en extensión y el desarrollo en profundidad hacia la meta utópica e inalcanzable de la mundialización del modelo occidental de la sociedad de consumo. El marketing global, la comercialización de los estilos de vida, ha tenido como contrapartida una nueva dualización mundial. En los países centrales se deriva hacia el sobrecomsumo ocioso, ecológicamente destructivo, mientras que las periferias quedan dislocadas o reducidas a una red de enclaves de fuerza de trabajo proletarizada, en cuyo interior se separan unas franjas centrales de alto y sofisticado consumo de las zonas marginales, como partes necesariamente complementarias de un desequilibrio creciente, que define los nuevos límites del desarrollo capitalista mundial.

 

Desde el punto de vista sociopolítico e ideológico, la agresión agónica del neocapitalismo occidental de sobrecomsumo genera la respuesta de movimientos radicales de reivindicación y resistencia de las sociedades y culturas periféricas explotadas. La imposición de la sociedad de consumo, con su correlato político de democracia formal de partidos, a mundos con formas de vida y valores fundamentales diferentes (patriarcal, tribal, de castas ...) se une a las crecientes diferencias económicas, para engendrar resistencias capaces de estimular resonancias ideológicas positivas en las masas explotadas y empobrecidas.

 

La acumulación del capital aparece así como un proceso de expansión contradictorio y sin límites, con un dinamismo en sí mismo contradictorio y conflictivo, regido por el exceso y abocado al desequilibrio permanente, en una dinámica caracterizada por la ambivalencia y el arrebato faústicos o diabólicos, en su sentido etimológico de arrojado más allá, cada vez más lejos (a las indias, la luna, el cosmos). El capital se valoriza y acumula mediante una permanente fuga hacia delante, y en su agitación perpetua crea modos y estilos de consumo histéricamente cambiantes y forja grupalidades y tipos de personalidades multifrénicos. La acumulación de capital, sobresaturada, corrompe o envenena con su creatividad destructiva cuanto se opone a ella, y siempre acaba chocando con un mundo que cada vez le resulta más estrecho. El proceso global de destrucción creadora revoluciona constantemente las formas de vida y consumo de los pueblos, de forma contradictoria y trágica. Devasta territorios, desarraiga y sacrifica enormes masas de hombres proletarizados y explotados.